Trabajo en febrero
Por esas cosas de la vida, después de mucho tiempo, estoy en pleno febrero trabajando en Santiago. Me ha llamado gratamente la atención....
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Rafael Mies
Por esas cosas de la vida, después de mucho tiempo, estoy en pleno febrero trabajando en Santiago. Me ha llamado gratamente la atención lo distinto y reconfortante que ha sido esta experiencia. Me he sentido cómodo, relajado y, aunque parezca contradictorio, tremendamente productivo.
Han existido espacios que estoy aprovechando para llamar o visitar a otros amigos que también están trabajando en esta época y esta sensación de una mezcla entre satisfacción, relajo y productividad ha sido plenamente compartida. Todos comentan lo mismo “que agrado es trabajar en Santiago cuando la mayoría está de vacaciones”.
Pensando en el año que se nos viene y lo estresada que suele estar nuestra clase ejecutiva a partir de marzo, creo valioso tratar de entender porqué una misma actividad puede pasar de ser algo gratificante en febrero y, para muchos, verdaderamente tóxico a partir de marzo.
Externamente no parece que sean tantas las cosas distintas en febrero, pero, aunque pocas, son muy significativas y podemos aprender mucho de ellas.
Sin pretender ser exhaustivo, quiero al menos rescatar tres causas que, a mi juicio, contribuyen a generar este ambiente laboral positivo que tanta falta le hace a nuestras empresas.
En primer lugar, una mayor flexibilidad horaria. Durante este tiempo estival pareciera relajarse un tanto la hora de entrada a la oficina y nadie se espanta porque unos lleguen antes y otros después. Sin embargo, es increíble como esos pocos minutos adicionales en la mañana, o el desayuno en la casa, o salir sin la culpa de llegar atrasado hace que la gente llegue mucho más contenta a trabajar. En Europa hace años que varios países aprendieron esta lección y han hecho de la flexibilidad horaria un verdadero activo de sus políticas de recursos humanos, logrando gente más productiva con bastantes horas menos de trabajo.
En segundo lugar, una positiva informalidad, no sólo en el vestir o en el horario que permite el verano, sino principalmente en el trato hacia las jerarquías organizacionales. El hecho de trabajar juntos, cuando una gran parte de los chilenos descansa genera una especie de complicidad, un sentirse “haciendo patria” propio de equipos bien afiatados que es altamente productivo, motivante y, además, capaz de eliminar estructuras artificiales que impiden la comunicación efectiva.
Por último, durante el verano se produce una importante delegación de responsabilidades en los ejecutivos que permanecen en sus puestos de trabajo. En efecto, dado que la mayoría está de vacaciones durante este mes, es natural que sea precisamente febrero el momento elegido por una parte importante de directores, dueños y gerentes para salir de vacaciones. Lo curioso es que responsabilidades y tareas que durante el año parecían indelegables, casi por arte de magia, encuentran personas a las que se las entrega, aunque sea parcialmente. Este empoderamiento renueva los liderazgos y las confianzas de aquellos que las asumen.
Valdría la pena preguntarse si son imprescindibles los meses de vacaciones para que la gente trabaje más relajada, empoderada y con sentido de equipo. Creo que no y espero que estas buenas prácticas, por el bien de empresas y las personas que trabajan en ellas puedan ser mantenidas, aunque sólo sea en parte, durante el resto del año.